Era día de elecciones y le quedaba una dura hora de trabajo por delante, así que sin más dilación se puso a la tarea.
Muy pocos recordaban -con el barniz de nostalgia que da la memoria falible- aquéllos días del ritual de las elecciones en las que se acudía a los colegios electorales, se echaba la mañana charlando, se acudía a misa, luego a por el aperitivo y eso de las ocho de la tarde se arrellanaba uno en el sofá a ver el desenlace del drama, con esos contadores de escaños de diversos colores. Al final, la alegría del vencedor y la tristeza del vencido y al día siguiente todo seguiría más o menos igual.
En su lugar, la Inteligencia Artificial comenzó a computar. Ya que las personas «no tenían nada que esconder», se decidió usar esa afirmación en beneficio de la economía.
Comenzó pulsando la actividad en las redes sociales: análisis semántico de frases en el muro, personas a las que sigue, personas que le siguen, participación en discusiones. Todo ello era una mina de oro para trazar el perfil de cada individuo. Enriqueció el conjunto con todas las conversaciones captadas de las notas de voz de las aplicaciones de mensajería instantánea y todo lo recogido de los micrófonos de esas teles tan listas que tenían en sus salones y, por encima de todo, en los bares, que es donde se desatan las pasiones. La lista de canales y programas de televisíón que se veían habitualmente también era un buen indicativo de la tendencia.
No convencida del todo, la IA decidió tirar también de los asistentes de voz y, por qué no, de los cada vez más pasados de moda correos electrónicos. Mientras el algoritmo no se tambaleara, todo sumaba.
El sistema contaba con base suficiente para conocer el reparto de escaños en las Cortes con una exactitud en la predicción del 99,99%, pero sus administradores no tenían ganas de vivir aquellos días de falta de acuerdo en la elección el presidente del Gobierno, de manera que decidió tirar del índice de escándalos recientes de cada partido analizando las webs de los diarios más rebeldes (que por tanto, convenían al Sistema) y decidió introducir un pequeñísimo sesgo y también apartar a 3 personas de las listas (no directamente, simplemente publicó en un par de medios importantes unos escándalos fabricados y la opinión pública terminó haciendo su trabajo).
El día de las elecciones a eso de las 8 de la tarde empezó a escupir números en una sucesión aleatoria, para llegar al final al resultado que ya había calculado (esto era una pequeña licencia poética, nadie había ido a votar realmente). La Inteligencia Artificial redactó y envió las notificaciones de nombramiento para los futuros diputados y senadores y cambió de tarea. Le esperaban 4 duros años de recopilación de datos.